¡viva la argenti…MBA !

De vez en cuando es bueno alejarse un poco del vértigo de los hechos que nos sacuden a diario. Poner un poco de distancia a fin de bucear en algunas de las causas de esta realidad que tanto nos preocupa y disgusta. Para rescatar también, el valor de nuestra capacidad pensante, la misma que se necesita para rescatar los valores sobre los que se construye una sociedad y evitar otros que alcanzan el grado de indignidad.

Todo este preámbulo (quizás repetido) para entrar en un concepto que pareciera estar cada vez más impulsado, más promocionado en su papel de encubridor de la realidad. Y es la cuestión del juego institucionalizado.

El juego es propio del ser humano. Participa en su educación, en su diversión, en su descanso. Encauza pasiones y violencia. El juego como tal es bueno y necesario. Por eso se lo ha estudiado, organizado, reglamentado. Tanto que por ahí alguien definió al hombre como «homo ludens».

Pero al lado de este lado natural, están también los que viven por, para y del juego, al punto de caer en una pasión enfermiza.

De ahí el surgimiento de la explotación comercial del juego, que como da buenas ganancias se multiplica en variedades y oportunidades, hasta el punto de constituir una actividad económica (incluida entre los servicios) de crecida importancia.

Durante años el juego tuvo un fuerte tono clandestino que enriqueció a muchos malandras. Luego, un gobierno advirtió la mina de oro y entendió que legalizándolo lo controlaba y podía poner esas ganancias al servicio de proyectos sociales.

La idea en sí es buena. Ante la imposibilidad de erradicarlo, se lo encauza, limita, controla y orienta sus frutos hacia el bien común.

Pero de pronto y casi sin darnos cuenta, nos encontramos con la expansión explosiva del juego oficializado. Y desde los gobiernos nacional y provinciales aparecen prodes, lotos, quinielas, quinis, bingos, loterías, raspaditas, casinos, tragamonedas, etc.

Y todo con una publicidad apabullante. Los medios de comunicación social le dedican páginas y horas para hacer cábalas, pronósticos, estadísticas, relaciones con los sueños, concursos basados en el juego oficial y tantas otras cosas más. Y ni hablar de la increíble variedad y cantidad de concursos, premios y sorteos de los programas televisivos, radiales y de diarios y revistas. La competencia por lograr la atención del público está centrada en los premios más que en la calidad y veracidad de los temas tratados.

Todo un círculo integrado que encierra al hombre argentino en un ámbito que promueve al infinito la conducta del juego. Se juega de todo y a toda hora, con la promoción y bendición del Estado.

Una cosa es legalizar y encauzar el juego y otra muy distinta en meterle un cubilete en la mano a cada ciudadano en cada esquina.

Nuestros gobiernos vienen demostrando una iniciativa, una capacidad creativa y organizativa en el tema juego y en su difusión que ojalá la repitieran para crear trabajos productivos, para dar soluciones a la educación, a la salud, a la miseria, a la burocracia ineficiente, a la corruptela estatal y privada.

Con todo el ruido que se hace con el juego se intenta esconder la realidad social. Mientras que a la gente que la sufre se le da el mensaje que sus problemas se pueden solucionar mediante un golpe de suerte.

Los gobiernos deben transmitir y dar ejemplo en su accionar de que lo válido para construir es el esfuerzo diario permanente y constante en el estudio, el trabajo, la producción. La suerte aparece por ahí, pero no es para vivir pendiente de ella.

Los economistas viven hablando de la importancia  y necesidad del ahorro como pilar para el crecimiento de un país. Pero aquí se lo dice sin fomentarlo, sin practicarlo. Claro, vende y entretiene más el juego.

Que me digan qué país se hizo grande sin el ahorro. Cuál creció promoviendo el juego. Cuál país solucionó la desocupación con el juego, cuál mejoró la educación así.

A lo mejor en el futuro hacen sorteos para garantizar salud, educación y trabajo a los suertudos, mientras que el resto se dedica con empeño a soñar números que les den la posibilidad en esos sorteos.

Tras la cortina de humo del juego oficial desapareció aquello de la cultura del trabajo y del ahorro. Ahora todo se orienta a que cada argentino apueste su futuro a un golpe de suerte y viva pendiente de ello. Los gobiernos han dejado de lado su responsabilidad de crear conciencia en los valores sólidos que permiten superar crisis como la que vivimos: el trabajo solidario y permanente (no interesa lo reiterado del concepto). Y que aunque ésto muchas veces tenga el dolor del sacrificio y de la larga espera, tiene también la alegría de la inserción creativa en el mundo, de la dignidad que otorga el trabajo a la persona humana.

¿Por qué los gobiernos dejan de lado los valores más elevados para caer en el facilismo inútil y dañino?. A lo mejor influye el hecho de que el juego se presenta como una aspiradora inmensa que saca dinero del bolsillo del pueblo, para terminar en los bolsillos de unos pocos pícaros, muchas veces relacionados con el poder.

Los gobiernos (pasados y presentes y con distintos grados de participación) han contribuido a decirle chau al ahorro, a la producción, al esfuerzo. Le dan la bienvenida al azar, al derroche en el juego, a la idea de la solución fácil y rápida (que muchos persiguen y pocos alcanzan).

De aquella cultura del trabajo a la que reiterada y falsamente nos convocan, hemos llegado a esta sub-cultura del facilismo y del juego. A una gran timba nacional: la Argenti…mba. Así nos va. Así es lo que les dejamos a nuestros jóvenes. Pobre Patria.

Publicada en EL DECAMERÓN – Año 1 – Número 26 – 26 de Septiembre de 1996

ministro va, ministro viene

La cuestión educativa es, seguramente, uno de los motivos por los cuales se produjo el despido sorpresivo del doctor L’Huillier como ministro de Gobierno y Educación de la Provincia.

Es que el tema educación es francamente deficitario tras doce años y medio de gobierno del doctor Adolfo Rodríguez Saá. Y cada vez están apareciendo más problemas cuyo ocultamiento tras el brillo de la obra pública es cada vez más difícil.

La razón del fracaso de Rodríguez Saá pasa por una cuestión ideológica del gobernador: está convencido de que la obra de gobierno es fundamentalmente material, física, cuantitativa. Y que la mejor manera de hacerlo es a través de la suma del poder político y económico. La misma idea materialista que pareciera guiar su vida privada plena de logros económicos unidos a una enojosa ostentación de riqueza, todo dentro del escaso respeto a valores éticos. Con esta ideología, Adolfo Rodríguez Saá construye de todo en todas las áreas, como si con ello estuviera todo resuelto.

Rodríguez Saá demuestra ignorar en su obra de gobierno que la vida en general y la educación en particular, funciona desde la esencia de lo humano. Desde las relaciones que los seres humanos establecen entre sí, con sus creencias, con las estructuras sociales, con las cosas, con las normativas, etc. Pensando en la dignidad de todas las personas y de todo el sistema y en el bien común.

Si bien la educación necesita de buenos edificios y de buenos materiales, mucho más necesita de un sistema organizativo que contemple la realidad compleja de las personas que en ellas se desenvuelven; que origine un clima apto para que el trabajo fructifique en el amor hacia lo que se hace y hacia todos los que en él participan. Necesita también de funcionarios que sepan concretar esos lineamientos.

Adolfo Rodríguez Saá comenzó con la liquidación (reforma constitucional mediante) del viejo Concejo Provincial de Educación, reemplazandolo por un sistema regionalizado y descentralizado, a lo que se agregó, con el aplauso de todos, la creación del ministerio de Cultura y Educación, dándole así el rango que merece.

Pero claro, esto dentro de lo que Adolfo Rodríguez Saá entiende que es gobierno y educación: meros instrumentos para concretar sus ambiciones. La suma de obras en infraestructura con los cambios organizativos y de la ley provincial de educación no se han traducido en una mejora cualitativa acorde con lo esperable. Porque todo el sistema así estructurado estuvo siempre puesto al servicio de un proyecto político personal y familiar.

Un proyecto al que no le sirve un sistema educativo eficientemente basado en la participación activa de sus componentes. Por eso la educación de San Luis tras tantos años está mal. Y no resulta posible culpar a otros gobiernos, ni a otros funcionarios. Todos estos años de gobierno han sido una unidad monolítica en la que se hizo siempre lo que el gobernador quiso y como él quiso. Sus funcionarios han tenido y tienen muy poco margen para aplicar su iniciativa. Por eso los ministros, subsecretarios y directores que se han sucedido en la educación han sido militantes sabedores de la necesidad de ser obedientes o bien técnicos sin peso político.

Más recientemente Educación desapareció como ministerio específico y hoy integra la misma cartera que seguridad, culto, política, municipios, justicia, etc. Un ministerio tan grande, complejo y variado que termina siendo de muy difícil manejo eficiente. Justo lo que le cae bien al estilo de Adolfo Rodríguez Saá. A consecuencia de todo esto, la educación en San Luis está anarquizada en un aparato administrativo inoperante. Lo que funciona obedece más bien a la inercia del sistema y a las fuerzas que aún le quedan a los docentes.

El designado futuro ministro, señor Torino, ha dicho que «en educación no hay problemas de fondo», al hablar de su próximo desempeño. Estos dichos plantean tres posibilidades:

  1. Torino no sabe de educación.
  2. Torino no tiene interés en educación.
  3. Torino vive en otro planeta.

Cualquiera sea el caso, no se puede esperar mucho de Torino como ministro, no por deficiencias propias, sino por formar parte del gobierno de Rodríguez Saá, de quien no se puede esperar otra cosa que más de lo mismo. De modo que la brecha entre lo que es nuestra educación y lo que debiera ser y todos queremos seguirá acrecentándose, en medio de la indiferencia oficial y la impotencia de muchos.

Una sola cosa más.

Qué bueno sería dentro de un tiempo poder decir: ¡Cuán equivocado estuvo el análisis aquel de El Decamerón N°25.

Publicada en EL DECAMERÓN – Año 1 – Número 25 – 11 de Septiembre de 1996

 

ejemplos para construir

Con demasiada frecuencia la realidad nos hace transitar los caminos de la crítica hacia los responsables de conducir nuestros destinos de personas y de país. Esta crítica se va convirtiendo en sistemática y permanente por las omisiones, los errores y las distintas formas de corrupción que advertimos en las diversas esferas de gobierno que tenemos.

Pocas son las veces que advertimos actitudes ejemplificadoras a partir de las cuales poder construir ese mundo que cada uno de nosotros sueña para el futuro. Y cuando hubo lo que creemos un ejemplo, hemos aprendido a ser cautos en su reconocimiento y elogio a fuerza de golpearnos con casos truchos, que más tarde o más temprano le muestran la pata a la sota y chau con el ejemplo.

Entonces, cuando queremos que nuestros niños y jóvenes conozcan ejemplos claros de la base humana sobre la cual se puede construir un futuro, debemos acudir a nuestra rica historia. Precisamente en este decamerón que culmina tenemos dos fechas que mucho nos sirven como pueblo.

El 12 de agosto se celebró el Día de la Reconquista, recordando la primera de las varias victorias argentinas sobre el invasor inglés; en este caso, tras la primera invasión de 1806. En esa fecha, el pueblo de Buenos Aires, sin armas, sin formación ni organización militar; con la sola valentía que le daba el saber que peleaba por su tierra, su gente, su forma de vivir y de ser, venció al más poderoso ejército de la época. Se peleó hasta el sacrificio por lo nuestro; sin caer en cantos de sirena de libre comercio o de mayores libertades y bienestar. El pueblo dio batalla con lo que encontró, y venció.

Una verdadera página heroica de nuestra historia, que ha ido cayendo lentamente en el olvido de muchos. Quizás la razón primera de este olvido sea justamente el que se trata de una victoria clara y contundente sobre el viejo pirata invasor inglés.

Otra fecha clave ha sido la del 17 de agosto, en que honramos al Padre de la Patria, General José de San Martín.

Padre de la Patria porque sus victorias allanaron militarmente el camino de la Independencia; porque supo organizar pueblos y ejércitos a partir de cero; porque nada lo detuvo cuando el objetivo era servir a la Patria; porque nunca se dejó tentar por la riqueza, o por el poder de las armas o por la sensualidad del poder. Porque supo vivir con lo justo, y a veces con menos. Porque rechazó honores, porque no se prestó a las luchas internas; porque fue el primero en cumplir las normas y leyes, incluso las que él mismo promulgaba. Porque contribuyó también a la educación, a la cultura, a la industria. Porque su vida privada fue clara, recta, noble.

A través de los tiempos su figura crece como ejemplo para todos los órdenes de la vida. Poseer espíritu sanmartiniano, es la mayor honra y gloria de cualquier argentino o americano. Sobre esa base de humildad, sencillez, trabajo, honestidad, valentía, capacidad organizativa y amor al pueblo es como se construye un futuro de dignidad, en libertad y en justicia, y con amor.

San Martín, ha sido, es y será nuestro modelo, nuestro punto de partida y nuestra meta.

En estas difíciles épocas en que tantos valores se pierden o se diluyen, en que se cuestionan las bases mismas de nuestra nacionalidad, debemos echar una mirada atrás para reconocer las claves de nuestra historia nacional, identificarnos con ellas, imbuirnos de su espíritu y volver a la realidad y decidirnos a trabajar sobre ella a partir de todo aquello que nos nutre en el fondo mismo de la historia.

Porque esa historia nos dice que se puede hacer lo que se sueña; que se pueden lograr las grandes metas de un país sin entregarse a fuerzas ni ideas foráneas. Que se pueden hacer grandes cosas sin robar ni corromper. Que no hay imposibles para la decisión de los pueblos.

La clave está en tener la misma claridad de ideas, la misma decisión espiritual, la misma fortaleza física que nos brindan estos ejemplos de nuestra historia (y hay muchos más por cierto), la misma capacidad de renunciar a lo fácil, a la riqueza y al poder. La misma honestidad pública y privada.

Debemos tener ese fuego sagrado que hace grande a los pueblos y a sus habitantes. Debemos tener cada día más ese espíritu sanmartiniano que es capaz de llevarnos a todo lo bueno y noble que deseamos ser. Nos queda, para el final, una inmensa pregunta: ¿Cuántos y quiénes de nuestros dirigentes políticos actuales son capaces de vivir y de actuar con este espíritu sanmartiniano?.

Publicada en EL DECAMERÓN – Año 1 – Número 24 – 1 de Septiembre de 1996