la educación maquillada * PARTE ii

Esta realidad nuestra de cada día obliga a retomar algunos temas e ideas, porque resulta de difícil comprensión el que persistan actitudes y políticas que evidencian faltas conceptuales de graves consecuencias para la sociedad.

Y la cuestión educativa es uno de estos temas.

Ya se ha reconocido la magnitud de la obra pública en escuelas y la importancia que esto tiene para la provincia. Es un mérito indudable. Aunque para nada desinteresado, porque ya sabemos que en el mundo entero la obra pública es un buen recurso para políticos que quieren salir de pobres.

Pero poco y nada se avanza en materia del buen funcionamiento del sistema educativo en general. A diario siguen las quejas por trabas burocráticas y por carencias de elementos esenciales. De donde decimos que la acción de gobierno en educación es sólo maquillaje, que no hay eficiencia.

Y al hablar de la eficacia del sistema educativo no podemos quedarnos sólo en nuestra provincia. Hay que incluir también a la política nacional, la que ni siquiera tiene el atenuante de un buen maquillaje.

Porque lo primero que hizo la Nación fue sacarse de encima el sistema, con la buena excusa del federalismo, pero con las malas artes compulsivas del ministro Cavallo. Y porque para tomar decisiones para el futuro, se va de una copia a otra. De una improvisación a otra. Sin un rumbo claro: Cómo hacía falta una Ley Federal de Educación, se copió la Ley de España, aunque allí no funcione. El secundario no anda bien, entonces se busca copiar el examen de Francia. Y así pueden seguir los ejemplos.

Para nada interesa estudiar si lo que se copia pertenece a un mismo sistema educativo, a una misma idea. Copiar es más fácil. Se trabaja menos y queda más tiempo para politiquear.

Ya que se copia, ¿por qué no hacerlo en lo fundamental?. En la actitud de planificar la educación entre toda la Nación y a partir de estos planes, ejecutar las acciones previstas para cumplir objetivos, con la particular modalidad que cada fuerza política tenga para hacerlo.

Una planificación que prevea los objetivos y las acciones a cumplir en cada etapa y a la que todos nos comprometamos a respetar en cada actividad. Una planificación que nos permita a todos convertirnos en actores y en críticos responsables de lo que se hace.

Pero para eso hace falta una convocatoria que nos saque de esta ola materialista y hueca de privilegiar la obra y no el ser esencial de cada actividad. Hace falta tener una ideología base para poder planificar. Aunque las ideologías sean distintas, si hay ideas se pueden encontrar puntos de contacto y sobre ellos trabajar. Cuando no hay ideologías sustentadoras, no es fácil acordar planes porque aparecen sólo la ambición de poder, de riquezas o de la gloria sustentada en el poder y la riqueza.

Lamentablemente esta cuestión de planificar la educación no está presente entre nosotros. La educación suele ser un botín a entregar a algún aliado político (frecuentemente a sectores reaccionarios); y así, si se fracasa, la falla no es del gobernante sino de un aliado. Y todo a comenzar de nuevo.

La política económica cambió para adecuarse a la realidad mundial y se viene ejecutando por un mismo equipo. La educación debiera hacerlo de igual modo. Es de esperar que sin la dosis de insensibilidad social con la que actúan los economistas.

Tenemos presente a Martín Fierro cuando dice: “…y se ha de recordar/ para hacer bien el trabajo/ que el fuego pa’ calentar/ ha de ir siempre por abajo”. El trabajo debe hacerse. Si los políticos no convocan, se debe empezar desde abajo, desde los interesados y el afectado.

Se impone la formación de equipos interdisciplinarios y multipartidarios para elaborar planes educativos, pensados para resolver los problemas de la gente, desde una perspectiva humanista integradora. Y, por favor, que la casta política acompañe sin contaminar.

Mientras esto no ocurra, en educación seguiremos como hasta ahora, con maquillajes en el mejor de los casos. O como dicen los paisanos, a los tumbos como zapallo en carro.

Publicada en EL DECAMERÓN – Año 1 – Número 21 – 14 de Julio de 1996

del mercosur e integraciones

Ya pasó felizmente la prueba a la que se sometió San Luis al organizar la X Reunión Cumbre de Presidentes del Mercosur. Felizmente porque los visitantes (ilustres o no) encontraron una buena organización, junto a la calidez de nuestro pueblo. Queda por analizar si todo lo que se hizo fue una buena inversión. A juzgar por la calidad de algunas pinturas y de los parches asfálticos, muchas obras parecen ser uno más de los tantos gastos mal hechos ya conocidos. Otro análisis merecen algunos medios nacionales que trasladan el rechazo a la figura del gobernador, a una crítica feroz a toda nuestra realidad provincial. Los que vivimos y sufrimos el adolfato no queremos caer en eso y creemos no hacerlo.

Pero lo que interesa aquí y ahora es el propio Mercosur, su significado y alcances.

El capitalismo, triunfante en este momento de la historia, impone la globalización y necesita de zonas francas de libre comercio internacional para su existencia y expansión. En una economía globalizada, regida por grandes corporaciones económicas más que por países, las fronteras, las políticas y las legislaciones nacionales son un obstáculo al crecimiento económico capitalista. Entonces, a través de un sencillo ejercicio de poder aparecen estos mercados comunes. Que se constituyen así en una necesidad y en signo de la época.

Entonces, ¿el Mercosur es malo?. Ni tanto, ni tan poco. Simplemente no hay que engañarse. No es, por sí solo una panacea para los pueblos, pero en este momento si no nos integramos a él, nos irá mucho peor de lo que nos va ahora.

Esta economía actual globalizada, tecnificada y computarizada no es generadora de empleo, ni de mejoras sensibles y rápidas para los pueblos. Y lo estamos advirtiendo a través de la paradoja de la mejora de los índices económicos de crecimiento, mientras crecen también el desempleo, la pobreza y las regiones con sus economías al borde de la destrucción. Y todo en un ambiente consumista creciente a instancias de una publicidad invasora que no siempre nos permite hacer la pausa necesaria para pensar en dónde estamos, qué hacemos y qué nos pasa.

El hecho de que el sistema capitalista impere en este mundo de hoy, no le da patente de bueno, ni de justo. ni de ideal de vida para los pueblos. A partir de esta realidad hay que incorporar lo necesario para que se humanice. Para que la economía, la cultura, la tecnología, la sociedad toda se construyan a la medida del hombre. A partir de la dignidad de las personas, del bien común, de la justicia social, de la solidaridad.

Estas son metas de nosotros, los seres humanos reales, no de las corporaciones económicas; por lo que habremos de buscar formas de introducirlas. Es tarea de los pueblos y de sus gobernantes, sin caer en la compra de vidrios de colores. Hay que empezar a construir lo que tantas veces se ha denominado la civilización del amor. Una utopía digna de ser asumida.

La idea es más o menos, la de humanizar este momento de la civilización humana. Tener un punto de partida distinto a la acumulación de poder y riqueza y un fin distinto también a la acumulación de poder y tristeza.

Existen muchas formas de empezar esta tarea. Todas comienzan con nuestra participación en el Mercosur, de sus crecimientos y de todas las asociaciones que surjan de la globalización.

Hablar de globalización es hablar también de integración (económica, cultural, social, etc.). Pero es bueno precisar que si habremos de integrarnos al mundo será sin dudas a partir de asumir íntegramente nuestra cultura, nuestros modos de sentir y de ser. Si llevamos lo nuestro con convicción, sabrán quienes somos y nos respetarán. Si vamos a la integración copiando u obedeciendo, quizás nos aplaudan; pero seguramente no nos respetarán.

Debemos saber elegir entre integrarnos siendo nosotros mismos, o diluirnos convirtiéndonos en furgón de cola de las corporaciones. Si logramos integrarnos podremos actuar en mejorar este sistema vigente. Si permitimos nuestra disolución tendremos siempre a cargo el peor papel.

Lamentablemente el menemismo da muchas muestras de esto último. Y es una de las cuestiones que más nos deben preocupar a partir de estos recientes logros del Mercosur. Se mira con demasía la aprobación extranjera, mientras que internamente se aplican con toda frialdad recetas destructivas.

Poco y nada se hace para encontrar el justo equilibrio que nos permita crecer armónicamente y así integrarnos.

Para Argentina la globalización está empezando. Al menemismo parece resultarle más fácil conducirla hacia una obediente disolución que hacia la integración. Debemos entonces bregar por un cambio de rumbo, para que al menos en esta parte del mundo la economía se acuerde de los hombres y no solamente de las corporaciones. 

\

Publicada en EL DECAMERÓN – Año 1 – Número 20 – 3 de Julio de 1996