no. la sociedad ASÍ, no

Es demasiado fácil para los argentinos, formular críticas sobre lo que nos pasa y los que nos rodean. Así viene siendo desde hace tiempo. Mucho más en una época como ésta en la que en muy corto lapso se dieron dado situaciones tan fuertes que nos cambiaron la forma de organizar la vida, de actuar, de pensar, de hablar, etc.

Estos cambios explosivos impidieron encontrar del todo la forma de encaminarnos, de ver por dónde y a dónde vamos. Los resultados del choque entre estos cambios, muchos de ellos universales, y nuestra sociedad no resultan para nada buenos. Y nuestro hábito de criticar se exacerba. Nos sobran motivos para manifestar desacuerdo ante tantas cosas.

Más allá de las exageraciones a las que somos afectos, hay razones de peso para no estar de acuerdo con lo que tenemos, con lo que nos pasa, con lo que se hizo, con lo que estamos haciendo.

Es que el hombre argentino quedó aturdido, estresado ante tantas cosas que le pasan. No sabe bien qué es lo que se viene y por dónde o si tiene que defenderse de ello o no.

Parece que una forma de salir de este estrés es ir por el lado de la banalización de las cosas, por la farandulización de la vida. Así nos aturdimos con la timba extendida a todos los ámbitos de la vida, al sensacionalismo en las noticias, a la avalancha deportiva, de espectáculos, de chismes.

No se pretende caer en puritanismo, pero cabe destacar la ligereza con que gran parte de los medios tratan sus programaciones, cayendo fácilmente en lo chabacano, de ahí a lo grosero y luego a lo soez o procaz.

Se satura con truculencia, se busca sólo el escapismo, porque hay otros que se preocupan por llevarnos a dónde debemos ir y a ellos hay que seguirlos porque seguramente no defraudarán. La historia registra otros momentos sociales graves con reacción escapista, liviana de parte de la sociedad. Eso pasó en la Alemania previa a Hitler. Y ya sabemos lo ocurrido.

Y en nuestra Argentina de hoy, hay en demasía «buenas ondas», noticias, deportes y espectáculos tratados con sensacionalismo, con un lenguaje tan pobre como grosero. Como si éstos fueran valores necesarios de instaurar y promover en la sociedad, en los jóvenes. El rating, el marketing, el mercado, la demanda de éxito rápido y fácil, las ventas y las ganancias prodigiosas son algunos de los pilares en los que se asienta este todo vale para la sociedad. Si vendo, si me ven, si me escuchan, si me imitan es bueno lo que hago, sin interesar el contenido. Tal parece ser la guía de muchos hoy.

Esta política viene desde los centros del poder. Desde las grandes ciudades hacia el interior. Barriendo en su camino la calma respetuosa con que usualmente el hombre argentino supo enfrentar su vida y construir su sociedad.

Y así equivocamos globalización(*) con despersonalización, cambiar con copiar obedientemente, dinámica con vértigo, alegría con banalidad, valores con mojigatería, actualidad con grosería.

Pero no todo es así. Está presente un horizonte de búsqueda de otros caminos. Aparece el reclamo del pensamiento, de la solidaridad, del amor al prójimo, del bien común, de una dimensión más humana de la sociedad y de sus estructuras, de una velocidad vital más acorde a nuestra condición humana. Ni los centros del poder, ni las usinas en que se gestan las líneas directrices de los medios, ni los gobernantes de poca monta intelectual, ni su séquito farandulero y obsecuente ven con buenos ojos esta línea y habrán de insistir en romperla o limitarla.

Por lo que habrá mucho por hacer en el futuro a partir de hoy mismo. Tengamos presente que en algún momento nos juzgarán por la coherencia entre nuestro sistema de valores y su práctica cotidiana. Y por la capacidad de transformar la sociedad a partir de ellos. Nuestra Patria Argentina viene golpeada por un genocidio, por una guerra mal pensada y peor ejecutada que significó una seria derrota en nuestra soberanía, por la inflación, por indultos fáciles a delitos muy graves, por el desempleo, por el cambio del modelo económico, por la violencia cotidiana, por la corruptela.

Ante este panorama, queda la reacción guiada desde arriba y afuera, que origina esta crítica y que no parece buena para resolver el momento, ni para construir un buen futuro.

Hay que volver a ser nosotros mismos, como personas y como país. Insertados en el contexto actual, pero siendo nosotros. Pensando y haciendo desde nuestros valores, con nuestros objetivos. Pensando en la persona humana y no en el poder como meta.

Definiendo qué es lo que necesitamos y pidiendo a la clase política que lo vuelva posible.

Nos merecemos otra sociedad. Pero no nos quedemos a esperarla sentados tomando mate.

El futuro que queremos, no lo traen ni Superman, ni Batman. Lo hacemos entre todos y desde ayer. 

(*) Este trillado concepto de globalización, está mereciendo un análisis en el futuro; porque tal como viene no convence.

Publicada en EL DECAMERÓN – Año 2 – Número 39 – 30 de Julio de 1997

NO. la política ASÍ, no

En la forma democrática y representativa de gobierno, «el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por la Constitución.» El principio requiere un fuerte y creciente espíritu participativo en todos los ámbitos sociales.

La persona humana, libre y responsable de sí, tiene el derecho y el deber de intervenir en la vida política, económica, social, cultural, educativa, etc.

La participación es una exigencia ética, pues cada uno, dueño de su destino, es sujeto activo y creador del orden político que le toca vivir. También, porque el bien común, que justifica toda la actividad humana y en particular la política, no puede darse sin una actitud participativa responsable, organizada en un marco jurídico sólido y eficiente. Y para cerrar el círculo, concretado éticamente.

Los partidos políticos son el medio para concretar la actividad política del pueblo, en tanto deben organizar y expresar las distintas ideologías de una comunidad pluralista. Los partidos resultan el cauce para que las personas con vocación de servicio puedan concretarla y para que elijan los demás dónde expresarse. Así, unos y otros son protagonistas, de acuerdo a capacidades e inclinaciones, en la construcción de su propio destino como pueblo. Los partidos deben convertirse en el ámbito de discusión y esclarecimiento de las causas y alternativas de la problemática nacional e internacional; deben ser ejemplo de democracia, con práctica en la vida interna en la confrontación de ideas, en la renovación dirigencial, en estudios y trabajos que den firme sustento a su acción política. Aprendiendo en lo interno, el respeto que deben garantizar luego a la sociedad.

Ello exige que la política se sustente en firmes principios ideológicos. Y que exista coherencia entre la idea y la práctica. El mundo real no se construye por casualidad ni por impulsos; sino como producto de acciones coherentes con principios que rigen el accionar de los hombres. La firmeza en la ideología propia y el respeto por las ajenas, deben dar sustento al accionar en el mundo de una política que busque la dignidad de la persona humana y el logro del bien común.

A grandes rasgos, lo señalado es lo ideal, y como tal, una meta a la que nunca se llega, pero que debe buscarse sin claudicaciones para todos y para siempre.

La gran dificultad para alcanzar niveles ideales de actividad política es la curiosa enfermedad de poder desarrollada en la sociedad. El poder a ejercer en cualquier ámbito, que se autoalimenta hasta querer volverse vitalicio, que hace olvidar la vocación de servicio y caer en el individualismo y la ambición personal, en la fiebre por tener más, en la necesidad permanente de ejercerlo sobre los otros y que éstos tengan conciencia de ello.

Esta realidad política se ha dado, con matices, tanto en el liberalismo, como en el comunismo. Es de la locura de la acumulación del poder, que nace la enorme y dañina sonsera de la muerte de las ideologías. El rechazo a las ideologías es, precisamente, otra ideología. La del poder por el poder mismo.

La política dejó de lado la vocación de servicio para caer en la acumulación de poder para satisfacer ambiciones de algunos individuos y su entorno. Se construye un círculo dominante, con reglas propias y especiales. Bajo la invocación democrática, todo se justifica. No se lo puede criticar, porque atenta contra la democracia. En el círculo se dejan de lado las diferencias cuando de defender posiciones se trata, hasta conformar una casta dirigencial que suele ser correcta en sus análisis durante la época electoral, para luego aislarse de la sociedad, olvidarse de sus ideas, hacer su conveniencia y defenderse corporativamente de las leyes que sancionan para todos.

La actividad política es vocación de servicio, herramienta para concretar los sueños que todas las generaciones hemos tenido de un mundo mejor. No una profesión o una actividad económica en sí misma, de la que se viva permanentemente.

Hay que cambiar.

Soñemos con la política ética que la sociedad pide y necesita. Y veamos de llevarla a la práctica, sin dejar el campo libre a los que por ignorancia o por corruptela han construido este sistema.

Tenemos varios años en democracia y es un notable avance sobre la dictadura que padecimos. Pero no nos durmamos en los laureles al permitir que unos pocos destruyan en su beneficio el concepto participativo de la política.

Estamos acostumbrados a escuchar que son éstas ideas imposibles de concretar. Pero esto viene de la misma política que suele justificar sus renuncios diciendo que política es el arte de lo posible. Y como no se puede evitarlo, dale con el enriquecimiento, con el poder absoluto, con la poca y mala educación, con la globalización dirigida desde las grandes potencias y que causan pobreza, falta de trabajo y descapitalización del país. Aquella es una definición del conformismo, de dejar que las cosas sigan como están.

Si pensamos en la política como el arte de hacer que lo necesario sea posible; es otro el enfoque de la actividad y otro el papel de todos y cada uno de nosotros. En una concepción así, no sólo que valen las ideologías, sino que son imprescindibles, porque dicen que es lo necesario y dirigen al poder.

Se impone cambiar el modelo de práctica política, desde nuestra actividad, desde nuestros reclamos, no esperando que otros en otro lugar y otro momento lo hagan. Al ideal hay que construirlo, no renunciarlo, no resignarse a dejar que nos cambien los sueños.

La política es para que todos participen, se expresen y trabajen. Para no dejarla en manos de unos pocos pícaros, que a la larga terminan deteriorando las mismas instituciones políticas de la democracia.

La política es para hacer posible lo que la sociedad necesita, para concretar la dignidad de la persona y el bien común.

Hay que empezar a cambiar esta politiquería de mala calidad que nos han impuesto. Desde ya, todos los días, a cada momento.

Publicada en EL DECAMERÓN – Año 2 – Número 38 – 5 de Julio de 1997