ministro va, ministro viene

La cuestión educativa es, seguramente, uno de los motivos por los cuales se produjo el despido sorpresivo del doctor L’Huillier como ministro de Gobierno y Educación de la Provincia.

Es que el tema educación es francamente deficitario tras doce años y medio de gobierno del doctor Adolfo Rodríguez Saá. Y cada vez están apareciendo más problemas cuyo ocultamiento tras el brillo de la obra pública es cada vez más difícil.

La razón del fracaso de Rodríguez Saá pasa por una cuestión ideológica del gobernador: está convencido de que la obra de gobierno es fundamentalmente material, física, cuantitativa. Y que la mejor manera de hacerlo es a través de la suma del poder político y económico. La misma idea materialista que pareciera guiar su vida privada plena de logros económicos unidos a una enojosa ostentación de riqueza, todo dentro del escaso respeto a valores éticos. Con esta ideología, Adolfo Rodríguez Saá construye de todo en todas las áreas, como si con ello estuviera todo resuelto.

Rodríguez Saá demuestra ignorar en su obra de gobierno que la vida en general y la educación en particular, funciona desde la esencia de lo humano. Desde las relaciones que los seres humanos establecen entre sí, con sus creencias, con las estructuras sociales, con las cosas, con las normativas, etc. Pensando en la dignidad de todas las personas y de todo el sistema y en el bien común.

Si bien la educación necesita de buenos edificios y de buenos materiales, mucho más necesita de un sistema organizativo que contemple la realidad compleja de las personas que en ellas se desenvuelven; que origine un clima apto para que el trabajo fructifique en el amor hacia lo que se hace y hacia todos los que en él participan. Necesita también de funcionarios que sepan concretar esos lineamientos.

Adolfo Rodríguez Saá comenzó con la liquidación (reforma constitucional mediante) del viejo Concejo Provincial de Educación, reemplazandolo por un sistema regionalizado y descentralizado, a lo que se agregó, con el aplauso de todos, la creación del ministerio de Cultura y Educación, dándole así el rango que merece.

Pero claro, esto dentro de lo que Adolfo Rodríguez Saá entiende que es gobierno y educación: meros instrumentos para concretar sus ambiciones. La suma de obras en infraestructura con los cambios organizativos y de la ley provincial de educación no se han traducido en una mejora cualitativa acorde con lo esperable. Porque todo el sistema así estructurado estuvo siempre puesto al servicio de un proyecto político personal y familiar.

Un proyecto al que no le sirve un sistema educativo eficientemente basado en la participación activa de sus componentes. Por eso la educación de San Luis tras tantos años está mal. Y no resulta posible culpar a otros gobiernos, ni a otros funcionarios. Todos estos años de gobierno han sido una unidad monolítica en la que se hizo siempre lo que el gobernador quiso y como él quiso. Sus funcionarios han tenido y tienen muy poco margen para aplicar su iniciativa. Por eso los ministros, subsecretarios y directores que se han sucedido en la educación han sido militantes sabedores de la necesidad de ser obedientes o bien técnicos sin peso político.

Más recientemente Educación desapareció como ministerio específico y hoy integra la misma cartera que seguridad, culto, política, municipios, justicia, etc. Un ministerio tan grande, complejo y variado que termina siendo de muy difícil manejo eficiente. Justo lo que le cae bien al estilo de Adolfo Rodríguez Saá. A consecuencia de todo esto, la educación en San Luis está anarquizada en un aparato administrativo inoperante. Lo que funciona obedece más bien a la inercia del sistema y a las fuerzas que aún le quedan a los docentes.

El designado futuro ministro, señor Torino, ha dicho que «en educación no hay problemas de fondo», al hablar de su próximo desempeño. Estos dichos plantean tres posibilidades:

  1. Torino no sabe de educación.
  2. Torino no tiene interés en educación.
  3. Torino vive en otro planeta.

Cualquiera sea el caso, no se puede esperar mucho de Torino como ministro, no por deficiencias propias, sino por formar parte del gobierno de Rodríguez Saá, de quien no se puede esperar otra cosa que más de lo mismo. De modo que la brecha entre lo que es nuestra educación y lo que debiera ser y todos queremos seguirá acrecentándose, en medio de la indiferencia oficial y la impotencia de muchos.

Una sola cosa más.

Qué bueno sería dentro de un tiempo poder decir: ¡Cuán equivocado estuvo el análisis aquel de El Decamerón N°25.

Publicada en EL DECAMERÓN – Año 1 – Número 25 – 11 de Septiembre de 1996