Cuando en una democracia se acude a las urnas, el resultado se acepta. No hay discusión. Es así nuestro sistema democrático. Guste o no, convenga o no, así es el sistema.
Claro está que es requisito para una democrática aceptación de los resultados de democráticas elecciones el que éstas se realicen en un democrático y transparente proceso. De cabo a rabo.
Es sabido y vivido que en todas las elecciones hay maniobras que van de la picardía al fraude liso y llano. Por lo general a cargo de quienes tienen el poder, requisito básico para concretarlas.
Se sabe que las habrá, se las espera y sólo se busca descubrirlas a tiempo y minimizar su impacto. Lo que configura para el pueblo y para la democracia una estafa, que por reiterada, es parte del escenario y no cabe ser muy optimista en cuanto a su desaparición en el corto plazo.
Concretadas las elecciones y conocidos los resultados, surgen comentarios que van desde: el pueblo no sabe votar, el pueblo se equivocó; a los del tipo vox populi, vox dei y la recordada frase de Perón: el pueblo no se equivoca. Frase que es considerada poco menos que un dogma de fe por los que ganan, sean ellos quienes sean.
Pero como en estas cosas electorales no hay dogmas, hay que adentrarse en los complicados laberintos de un tema como éste. Además hay que aprender de cada instancia de nuestra vida.
En primer lugar los humanos, individual, grupal o socialmente considerados, no somos dioses, por lo tanto nos cabe la posibilidad del error, el que está en la vuelta de la esquina para cada actividad humana; por lo que habrá que ser objetivo y sereno al intentar ver el por qué de algunos resultados, de los sorpresivos, los que asustan o enojan.
Cómo es nuestra política.
Votamos para elegir a nuestros representantes para los próximos años. Por lo cual cabría esperar que la decisión electoral tenga que ver con la adhesión o el rechazo para con las políticas que se propongan a corto, mediano y largo plazo. Tanto lo que se le propone electoralmente al pueblo, como lo que éste elige no debieran ser mercancía de ocasión.
Nuestra política es cada vez más personalista y centrada en adhesiones a líderes o jefes. Las propuestas pueden venir diluidas o enredadas en lo verbal; otras, puro pragmatismo como se dice hoy. No suelen estar demasiado explicadas, ni desarrolladas; sino que se van construyendo con lo que sale bien. De ahí sus contradicciones y cambios bruscos.
Mucho menos se las escribe, porque la palabra escrita no da escapatoria. Lo que sí tienen de común y de mucho, es el uso de la más moderna publicidad y la compañía de repartos varios, alimentos, ropa, cargos y planes asistenciales. Sin vacilar en acudir a interpretaciones muy particulares de la realidad, cuando no a la lisa y llana mentira estadística y el manejo informativo.
Por lo general en nuestras campañas electorales tenemos discursos que van de lo apocalíptico en los opositores a los del tipo “cajita feliz” que venden los oficialismos. Con bajo contenido formativo.
Buscando el por qué de esta realidad política electoral nuestra, parece que los conceptos de Francis Fukuyama del fin de los tiempos, de la muerte de las ideologías y de la victoria de la economía neoliberal, han prendido entre nosotros, quizás por el peso de los pesos puestos a buena parte de la clase dirigente, incluyendo a buena parte de la inteligencia. Quizás por renunciamiento ideológico o vagancia intelectual.
Así, cada gobernante nuestro termina creyéndose la máxima expresión de la evolución política en el territorio que le toca gobernar. De ahí la adicción por las reelecciones y por hacer uso de lo que sea para lograrlas. Triunfa también así, lo de “el fin justifica los medios”, con lo cual la ética entra en coma profundo.
El individualismo.
Surge así y se alimenta un individualismo que se viene imponiendo fuertemente en esta sociedad nuestra. El que se expresa también en el deterioro claro e imposible de predecir hasta dónde y cuándo, de los partidos políticos y de las mismas ideologías políticas; reemplazadas ambas por las adhesiones rayanas en el fanatismo, a dirigentes personalistas surgidos más por las circunstancias que por sus capacidades.
Han sido tantas las frustraciones nacionales, tanto los porrazos políticos y económicos sufridos que hemos caído en un individualismo cortoplacista de sálvese quien pueda ya. Este individualismo se expande hasta el grupo familiar o al sector; pero hasta ahí nomás. Este individualismo invade incluso las creencias religiosas y la educación, se transmite de generación en generación. Se lo respira y vive. Y desde esta perspectiva se eligen gobiernos, legisladores y políticas.
La solidaridad está restringiéndose a ONG’s y similares que trabajan intensamente para tratar de paliar las muchas necesidades. Pero la solidaridad lamentablemente, no tiene correlato activo en la vida política argentina. La dádiva no es solidaridad.
El marketing.
Y mientras desaparecen ideologías, partidos y solidaridad, aparecen para prevalecer las leyes del marketing. El que es capaz de imponer cualquier candidato haciendo olvidar las experiencias más negativas, tras una buena sonrisa, buenas frases y mucho dinero.
Llegamos así a la clave del momento electoral argentino. El cómo se vive en el presente es lo que manda y el futuro son las próximas elecciones. Todavía no se han realizado las verdaderas elecciones presidenciales, pero ya se habla de los candidatos para el 2015.
Esto es decadencia política, que deviene en una administración del presente con mucha obra (provee de fondos al sistema), mucho clientelismo, poco empleo. Soslayando el futuro, salvo para pintarlo como venturoso si se sigue con los mismos gobernantes ad-infinitum.
Nuestra política se centra en el hoy y carece alarmantemente de visión de futuro, excepto en lo retórico. Y es éste el ejemplo que se le da a las nuevas generaciones. Sin utopías, sin convicciones, salvo las materiales. Movidos por la adhesión casi fanática a personas, que agradecen con cargos, sueldos y honores.
Sólo el presente.
Esta concepción política termina poniendo al pueblo todo a que resuelva los próximos años de vida nacional en base a su actual bienestar o malestar. El “marketing” se centraliza en eso. En el hoy, así sea necesario falsear estadísticas, esconder información, manipularla, apretar medios, periodistas, lo que sea.
Este es el dato clave para entender ésta o cualquiera de las recientes elecciones. Se vota según el momento. Incluso, según la dádiva o la promesa que se reciba en esa semana o en el mismo día de elecciones.
No pesan los pesares del pasado más o menos reciente. Eso… ya pasó. El después… es para después, ya se verá. Siguiendo el lenguaje marketinero, cabe decir que nadie se hace cargo de los servicios de pos venta.
En el hoy intervienen todas las formas clientelares de nuestra vida argentina: planes sociales, asignaciones, impuestos, becas, contratos, subsidios, presiones, etc.
De a poco la política dejó de ser la herramienta superadora de problemas, constructora de Bien Común, liberadora de personas y países, para ser un apetecible negocio publicitario. Y es la publicidad la que termina imponiendo partidos, candidatos, propuestas, etc. Interesan mucho más las leyes del marketing que la calidad, profundidad o veracidad de las propuestas y de los mensajes.
Este centrar en el hoy hace olvidar los problemas, las críticas, la corrupción, la inutilidad y los pasados, incluso los muy recientes. Se sabe que se miente, que hay enriquecimientos personales y familiares, que hay vocación de concentración y de perpetuidad en el poder, incapacidades. Y más. Pero pesa el cómo se esté en el momento. O como le hagan creer a muchos de que están bien.
Se dejan las ideas y se “vende” un producto-candidato, amable y sonriente.
Pasadas las elecciones será momento de la crítica, del pegarle a todo lo que sea política y políticos, de las denuncias y de manifestarse de muchas e intensas formas. Pero si se mantiene la economía más o menos tranqui y segura en el momento de la próxima elección, nuevamente el marketing hará olvidar delitos y tropelías, para elegir según estén los costos del turismo, las cuotas de los autos y los electrodomésticos en ese momento.
Se vota como se vota, según la economía personal o familiar del momento. No por la calidad y el respeto de las instituciones democráticas, no por la efectiva y real división de poderes, no por la honestidad de los gobernantes.
Lo dicho va de la mano también con aquello de mejor malo conocido que bueno por conocer, con estos ya sé cómo manejarme, roban pero hacen, etc.
Es el temor al cambio, uno de los datos más comunes de nuestra sociedad. Con tanto individualismo y cortoplacismo, la propuesta de cambio es interpretada a gusto de cada uno. Si me está yendo bien ahora, ¿de qué cambio me hablan? ¿Y si con ese cambio pierdo? No me importa si el de ahora roba, a mí me va bien, que siga. Después se verá.
Y dale con este círculo vicioso. Vicioso y maldito.
El pueblo… ¿se equivoca?
Y volvemos a la pregunta del título: El pueblo…¿se equivoca?
Así presentada la situación electoral, se puede decir que se acierta para el presente tal como lo pintan.
Hay error en una visión solidaria e integral de la Patria y a futuro.
Hay error porque hay inducción al error desde el poder, la comunicación, la educación, la cultura y la publicidad. Hay error porque se hace ver solo el presente y se lleva a decidir el futuro en base a un presente dibujado, falseado o mentido.
La desaparición de las ideologías, de proyectos nacionales abarcativos, la decadencia de los partidos políticos, la claudicación dirigencial, llevan a nuestro pueblo a no equivocarse en una visión individualista (o sectorial) y cortoplacista. Y a caer en errores desde la perspectiva a futuro.
El gran error, el verdadero error, el inicial; es el haber caído en la trampa del individualismo, del abandono de las ideologías, en pensar a corto plazo y en la propia conveniencia
Este error es un dato del triunfo del neoliberalismo y de la dilución de una política nacional. Pero no todo es culpa de la acción de los pícaros o de los malos, también lo es de la inacción o de los errores de los pretendidamente buenos, de los que tienen conciencia de esta realidad.
Tampoco cabe caer en la definitiva derrota por más negro que veamos el panorama. Si se lo pinta duro y hasta cruel, es para golpear conciencias. Para saber dónde estamos y por dónde hemos llegado hasta este aquí y ahora.
Es para que recuperemos el humanismo trascendente como guía de vida, el amor a la Patria, a la solidaridad permanente y total, al valor de las ideas, a la fuerza de las convicciones, a la cultura del trabajo, a una educación integral e integradora. A todos los valores morales que han hecho fuertes a los pueblos a lo largo de la historia y que nos los devalúan a diario.
Hay que reconstruir la política argentina, dando buena, firme y larga batalla. Hay que pelear con el arma que esta politiquería ni conoce ni tiene: la ética.
Y educar desde allí. Será la única forma en que podremos salir todos de estos errores y poder construir solidariamente otra sociedad, aquella de la civilización del amor.