Los Sueños de Nelson

De a poco  fueron llegando  los Madaffs. Los primeros,  tan pronto conseguían  trabajo,  llamaban a otros. Y así  se reunieron padres e  hijos. Entre éstos, Nelson.  Buscaban trabajo, para crecer, para ser, para concretar los sueños de toda familia humilde y laburadora. No vinieron a pedir, solo a tener oportunidades para realizar sus sueños.

Calladón,  tímido, de modos tranquilos y sencillos, Nelson hacía todas  las changas  que fueran saliendo: ora  carpintero, más tarde  albañil, también ladrillero. De frente a la vida con su simple honestidad, con ganas  de crecer y de hacerse hombre de bien.

Y cuando la primavera  empuja a los jóvenes al encuentro, a la amistad, al romance, en aquel octubre de 1989 conoció a Claudia Díaz.   Amiga de la amiga de su hermano, se vieron en la Plaza Pringles, frente al colegio donde Claudia era alumna en el turno tarde. Ese día de octubre,  que tan mal recordaría por el resto de su  vida;  se dio la amistad y  quizás pensando en algo más,  Nelson acompañó a Claudia hasta su casa.

Quizás por el camino ella le contó de sus problemas con un padrastro que había encontrado en ella el objeto receptor de su violencia alcohólica.   Quizás también hayan hablado de su necesidad de liberarse, de poner distancia, de una ayuda amiga.

¡Vaya a saber qué más  dijo Claudia,  al tener a quien abrirle su corazón!

¡Vaya a saber qué pensó Claudia esa tarde  mientras Nelson le ofrecía la amistad de su hombría joven!

Nelson la acompañó  hasta donde la prudencia permitía, no fuera cosa que el golpeador  encontrase un motivo más para pegar.  La dejó cerca, con la promesa de verse de nuevo, para comenzar a  tejer sueños juntos.

Pero ese encuentro no se dio. No la vio más a Claudia. No iba ya al colegio, la amiga no la veía desde que los vio irse juntos de  la plaza.  Y de a poco creció la ausencia de Claudia. Nadia sabía nada de ella desde aquella tarde.

Denuncia, reclamos y marchas de compañeros y vecinos.  Todos  soñando  con la aparición de esa compañera,  tan igual a ellos en problemas, esperanzas y  dudas

Nunca se investigó en la familia.  O a lo mejor sí, pero creyendo que las  cosas se arreglarían solas cuando a Claudia  se “le pase”, aquello que le pasaba.

Pasó el tiempo sin noticias, hasta que  llega la orden:

– Hay que aclarar lo de Claudia Díaz.

¿Habrá sido porque las marchas molestaban? ¿Alguien habrá tenido un abrupto ataque de justicia y verdad?

Allí apareció el recuerdo de aquella caminata  vespertina  y  primaveral, desde el colegio a la casa. Y también,  el nombre de Nelson Que  fue a  la cárcel porque urgía una explicación a la ausencia de Claudia.

Y Nelson, dejó  de soñar romances y  trabajo, para comenzar a soñar con justicia, con policías que encuentren la verdad. A soñar con recuperar su preciada libertad, con respirar aire sin paredes.

La incapacidad para investigar se tradujo en  capacidad para culpar.  Y Nelson recibió la culpa:  él sabía qué había pasado, él  era el responsable de todo. Y como no había modo de aclarar la cosa, la capacidad de culpar pasó a la de hacer confesar, a la triste capacidad de pegar y  torturar.

Nunca dejó de soñar pero … ¡ cómo cambiaron sus sueños! No es lo mismo soñar en libertad, que soñar encerrado, lejos de los suyos. Sueños difíciles los  de  verdad y  justicia.

El juez Ochoa también soñaba. Con resolver  un caso  importante.  Con quedar bien con el poder. Con  fama, premios y honores.  Sabía cómo concretarlos y no le hacía asco a ninguna  forma. Porque la exigencia de que se aclare todo, le permitía usar herramientas que pese a todo lo recientemente  vivido en la Patria,  todavía estaban disponibles. También los ejecutores.

Chocaron los sueños de justicia de Nelson, con los sueños de poder del juez. Los de Nelson sólo tenían la fuerza de la verdad. Los otros la fuerza bruta. Y ésta ganó.

Los sueños de verdad y justicia de Nelson cayeron por la tortura  ciega y  despiadada. De la tortura ordenada, tolerada y hasta participada por el juez.

Nelson comenzó a soñar con menos dolor, con un poco de descanso, al precio que fuera. Y el precio fue firmar lo que le dieron, una confesión novelesca de hechos que nunca la Policía y el juez pudieron comprobar en los ridículos operativos que montaron para encontrar las inexistentes  pruebas de lo que ellos habían inventado: muerte por  un aborto hecho a instancias de Nelson por una enfermera y otros más. De esa supuesta muerte de Claudia, el culpable era Nelson.

Nada se encontró, pero nada  importó. Nelson a la cárcel. Más torturas,  más  padecimientos, el contagio de  esa enfermedad que sacude al mundo. Ninguna prueba, sólo cárcel. Más tarde, ante la falta de pruebas, una libertad acotada porque era un hombre marcado en  una sociedad adormecida y que sólo veía lo que le hacían ver.

En libertad, pero ¿un hombre libre? No,  porque nadie es libre cuando se le destruye la honra, cuando sus sueños mueren en una pesadilla tejida por quienes debían protegerlo tanto a él, como a Claudia.

Y cayeron los sueños de los supuestos cómplices de Nelson. Una enfermera,  su hija y un amigo.  Sin sus trabajos, también marcados ante la sociedad.   No tuvieron las torturas con que se ensañaron con Nelson, pero también sus planes  murieron en esta ignorante incapacidad para buscar la verdad.

Pasó el tiempo y Claudia apareció, en San Juan, en pareja y con hijos. Dijo no saber nada de los suyos acá. Dijo no saber nada de lo que había pasado, de lo que le habían hecho a Nelson. Simplemente se fue para no ser golpeada. Hizo dedo y llegó a Caucete donde hizo otra vida.

Por primera vez desde aquel octubre del ’89 un sueño de Nelson se concretó, el de la verdad  que llegó no de la mano de los hombres, sino  porque él lo merecía.

Tras la verdad  nuevamente a cambiar  de  sueños. Ya no podía trabajar. Las torturas y la enfermedad habían hecho lo suyo.  Debía acostumbrarse a depender de aquellos que podían darle una mano. Sus padres, sus hermanos y unos pocos más. Pese a la aparición de Claudía, seguía siendo discriminado como un mal recuerdo.

Ahora Nelson soñaba con  una justicia  integral. Que limpiara su nombre, que se disculparan, que se arrepintiesen, con  tener acceso a la salud, a una reparación económica que le permita enfrentar un poco mejor ese futuro que el Estado le había destruido.

Nuevamente pasaron los años, en la pobreza, dependiendo de otros. Debiendo pelear mucho hasta para recuperar una casa, lo único que había logrado y que le fue usurpada por punteros barriales.

Los sueños de aquel  joven de 1989 quedaron destrozados por la acción impune de los responsables de la seguridad y la justicia.

Ahora, hombre maduro, solo espera una mínima expresión de justicia a través de una indemnización.  Lo menos que cabe esperar.  Hasta que llegó la sentencia favorable por la que el Gobierno debía pagarle una suma, no la que merecía tanto padecer (¡Quién puede precisar ese monto!),  pero al fin se le reconocía razón en todo lo que había dicho.

La plata no hace a un hombre. Nelson no la necesitó para demostrarnos su hombría de bien, su valentía, sus ganas de pelear por la vida, por la razón. Pero con ella, ahora podría hacer algo que le permita afrontar mejor el porvenir.

Y nuevamente el sueño cae en pedazos. Porque la justicia manda una reparación económica, pero el gobierno la niega, tira culpas para otro lado, se declara en emergencia.  Yo no fui, les hace decir a sus abogados. Fue la justicia la que encarceló a Nelson,  que ella pague.

Pero… ¿y la policía que no supo investigar pero sí torturar? ¿Y el gobernador y los ministros que miraron para otro lado? ¿Y los legisladores que rechazaron el juri al juez?

¿Es que nadie fue? ¿Es que Nelson inventó todo?

No, fue el Estado Provincial en pleno: Gobierno, Justicia y legisladores. Pero nadie se hace cargo.

Esos señores deben atender sus campos, hacer sus mansiones, cambiar sus autos, elegir en qué moneda extranjera hacer sus inversiones.

¿Quién es Nelson Madaffs para ellos? Un perejil que se comió un garrón, pero ya está, ya pasó.

Nelson sigue peleándole a la pobreza con la misma entereza de siempre. Siempre soñando, y siempre viendo como esos sueños caen destrozados por la maldad de un sistema perverso sólo orientado a acumular poder, riqueza e impunidad para seguir haciendo lo mismo.

¿Por qué todo esto de los sueños?

Porque Nelson comenzó sus sueños con el gobierno de Adolfo Rodríguez Sáa.  También con él sufrió la cárcel, la tortura, la discriminación y el olvido.

Ahora es el gobierno de Alberto Rodríguez Sáa el que niega el pago de  una indemnización ordenada por la justicia. Es la justicia de este gobierno la que no resuelve la inconstitucionalidad de una ley en la que se escuda el Gobierno.

¿Por qué todo esto?

Porque hoy tres de junio de 2011, Alberto Rodríguez Sáa  lanzó su candidatura a Presidente de la Nación, hablando de sueños. De que él nos llevaría a los argentinos a concretar nuestros sueños.  Hermosa propuesta, si pudiera dar  buen ejemplo.

Toda esa hojarasca declamatoria se cae ante el ejemplo de lo que la familia Rodríguez Sáa gobernante en San Luis desde 1983 le hizo a Nelson Madaffs. Al matarle sus sueños le violaron todos sus derechos.  Los mismos que también proclamó el candidato en su discurso.

Lo que le hicieron a Nelson, nos lo han hecho a todos. Todos somos su hermanos.

Los que mataron  los sueños de un buen pibe, los que se ensañan aún hoy  con él,  incapaces de pedir perdón y de intentar una mínima reparación, quienes muestran tanta soberbia y maldad ante la inocencia sencilla y modesta, no tienen autoridad moral para hablarle de sueños al país.