OJO… con la democracia

Las intervenciones militares en el gobierno han significado experiencias por demás lamentables en nuestra historia. 1930, 1943, 1955, 1966 y 1976 son los años de inicio de etapas de triste recuerdo. Cada una de ellas significó una etapa de decadencia en todo sentido para nuestro país. Y cada una de esas etapas fue más grave, más cruel y más inútiles que las anteriores.

Cada vez que los militares derrocaron a la democracia se presentaron como los mejores, los más capaces, los más honestos, los más patriotas. Su soberbia armada y sediciosa les impidió ver más allá del alcance de sus armas y fracasaron siempre, arrastrando al país todo en su fracaso.

En más de una oportunidad se les dijo: las bayonetas sirven para muchas cosas, menos para sentarse sobre ellas.

Por haber creído que con sus armas bastaba para gobernar, no fueron capaces de usar la inteligencia, o la viveza, o el amor al prójimo y al país, para gobernar.

Y al delito inicial de sedición le agregaron otros más. Frustraron así a varias generaciones, corrió sangre y los mismos militares quedaron marginados del respeto de sus compatriotas.

Para corregir los males del país está (y la tenemos) la democracia. Porque en ella participamos, nos comprometemos en conjunto, elegimos a los mejores para que nos representen y en un marco de diálogo constructivo, encarrilen nuestra vida como país creciendo en un marco de respeto, de ética.

Por eso ratificamos nuestra adhesión a la democracia cada vez que es necesario. Pero ocurre que las cosas no están saliendo como debieran ser o como lo soñamos.

Hoy las mayorías democráticas están siendo usadas para consolidar proyectos personales de poder y hablamos de adolfismo, de alfonsinismo, etc. Y se eligen amigos sin tener en cuenta sus antecedentes, se esconden delitos, se suspende al adversario cuando les conviene o lo habilitan para negociar su silencio a cambio de algún votito a favor. Y la democracia como herramienta de un pueblo para superarse, está cayendo en democracia para consolidar el poder de un grupo o de una figura.

Y así como las bayonetas no sirven para sentarse sobre ellas, los votos no sirven para dormir sobre ellos el sueño de la victoria sectorial. Porque ese puede ser lecho de muerte de la democracia.

No resulta creíble (gracias a Dios!) la posibilidad de una nueva dictadura militar. Pero sí es fácil advertir la configuración de una casta política que vive de la democracia; satisface con ella sus crecientes gustos por el poder y que ostenta con descaro la riqueza acumulada. Una casta cerrada sobre sí misma, que manipula la opinión popular y usa a su arbitrio las estructuras de gobierno.

El sistema democrático no es lo ideal. Pero es lo mejor que se ha encontrado hasta hora. No se perfeccionó con los políticos dedicados a configurar un grupo cerrado y preso de sus ambiciones.

¿Qué hacer? Pues reflexionar sobre estos temas, ponerlos permanentemente en discusión y actuar a diario en base a estas cuestiones. No olvidarnos de este deterioro democrático a manos de los políticos que construyen una casta, cuando debamos elegir a nuestros representantes. En fin, lo que debamos hacer es tratar de ser todos, siempre protagonistas activos y críticos de nuestra forma de vida y de gobierno. No es poca tarea ni fácil, pero sí se sabe que es irrenunciable. Y ya llevamos bastante atraso en esta cuestión.

Publicado en EL DECAMERON Nº 17 del 29 de mayo de 1996.