Archivo de la categoría: 17 – El Decamerón

Aquí incluyo notas escritas y publicadas únicamente en EL DECAMERON DE LOS PERIODISTAS, entre los 1995 y 1997. Esta Revista, lamentablemente desaparecida por cuestiones económicas, fue dirigida por Mario Otero inicialmente lo acompañó Roberto Vinuesa.

las tres banderas

El pensamiento nacional, una conciencia que nos permita pensar por las nuestras sobre lo que nos pasa y hacemos, ha sido una tarea de muchos años, con etapas y con variados y calificados actores. Es lógico que así sea, porque un país en cualquier situación que lo analicemos necesita ver desde su perspectiva sus necesidades, su forma de inserción en el mundo. En ésto no nos diferenciamos de otros pueblos, cualquiera sea el «mundo» en que se nos quieran dividir y encasillar.

El pensamiento argentino fue apareciendo desde los albores de la Patria. A los ponchazos, por intuición primero; con sangre, con dolor, con amor. Alcanzando importantes logros y con lamentables errores fue acompañando nuestras luchas y política. A él aportaron hombres federales y unitarios, de armas y de ideas, caudillos, políticos y religiosos. Y mucho hay para hablar de este apasionante tema que en los 60-70 alcanzó quizás su mayor pico en el interés nacional, especialmente de los jóvenes.

Dejando de lado cualquier otro aspecto de su personalidad y de su gobierno, Perón propuso una acabada síntesis de este pensamiento con las consignas de una Patria socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.

Los numerosos desencuentros políticos que tuvimos, hicieron que esta síntesis quedara sólo como patrimonio del justicialismo. El gobierno de Menem sería el encargado de cumplir con esas tres banderas de lo nacional.

Y está claro que el menemismo sistemática y concienzudamente está dedicado a destruir estos conceptos. Veamos:

  • Socialmente Justa: poco se puede decir de justicia social en un país que abandona a los jubilados, desatiende la salud atacando la solidaridad de las obras sociales y fomentando el negocio de la medicina prepaga; que abandona la enseñanza pública; con tanto desempleo y minoridad mendigante; con una lamentable distribución de la riqueza, entre tantas otras cosas.
  • Económicamente libre: En la actualidad mundial manda el capitalismo que derrotó (enhorabuena) al comunismo; pero ésto no le da chapa de bueno ni de justo. A partir de este triunfo capitalista, su modelo económico se extiende por todas las latitudes y el menemismo, a falta de capacidad intelectual para otra cosa, aplica obedientemente lo que le dicen. Así, hemos perdido a las empresas nacionales, la banca y el crédito privados y buena parte del estatal, las grandes industrias y hasta lo agropecuario. Los capitales extranjeros habrán de conducir estas actividades siguiendo las necesidades de sus cabeceras, no las de nuestro país. Como siempre lo han hecho aquí y en todos lados. ¿O Menem y sus menemistas creen otra cosa?
  • Políticamente soberana: Con una base económica nuestra, la capacidad de decisión política (en todos sus ámbitos) es importante. Pero al abandonar el control sobre la producción hemos ido perdiendo el peso en lo político, limitándonos a levantar la mano siguiendo otros mandatos. Estamos en las relaciones carnales con los EEUU, un concepto que es uno de los más lamentables que se puedan haber expresado nunca. Y sus embajadores aquí se meten en todo de una forma inconcebible.

En estos días leemos que el FMI autorizaría para 1998 mayores gastos (?) en lo social y educativo. ¿Esto se llama soberanía Dr. Menem?

Basta este rápido análisis para ver y comprobar que el menemismo y tras suyo el PJ han destruído esta síntesis de lo nacional. Se quedaron en el afán desesperado del poder y tras él entregaron su alma al diablo, junto con todo lo que le piden.

Y no queremos caer en nacionalismos trasnochados o fuera de época. Sólo lo justo para que nos definamos  y nos respeten como pueblo libre. Tal como lo hacen y lo defienden cada uno de los países poderosos del momento. No podremos integrarnos al mundo como colonia, así solo seremos absorbidos.

No es la primera vez que lo nacional decae. Ya se levantará, cómo lo supo hacer en otras ocasiones. Sólo hay que esperar (y ayudar) a que aquellos que se unan para lograrlo trabajen mucho y bien. Rescatando la teoría y la acción de una Patria Justa, Libre y Soberana, con las correcciones y adecuaciones que el momento exige. Pero corrigiendo, no renunciando.

Se trata de ser nosotros mismos, insistimos en la idea; sanamente orgullosos de lo nuestro, conscientes de lo que podemos y tenemos, tanto como de lo que no. Ser una patria, no una colonia con un administrador manejado, por más que demuestre habilidades para la politiquería desechable.

Publicada en EL DECAMERÓN – Año 2 – Número 40 – 21 de Agosto de 1997

no. la sociedad ASÍ, no

Es demasiado fácil para los argentinos, formular críticas sobre lo que nos pasa y los que nos rodean. Así viene siendo desde hace tiempo. Mucho más en una época como ésta en la que en muy corto lapso se dieron dado situaciones tan fuertes que nos cambiaron la forma de organizar la vida, de actuar, de pensar, de hablar, etc.

Estos cambios explosivos impidieron encontrar del todo la forma de encaminarnos, de ver por dónde y a dónde vamos. Los resultados del choque entre estos cambios, muchos de ellos universales, y nuestra sociedad no resultan para nada buenos. Y nuestro hábito de criticar se exacerba. Nos sobran motivos para manifestar desacuerdo ante tantas cosas.

Más allá de las exageraciones a las que somos afectos, hay razones de peso para no estar de acuerdo con lo que tenemos, con lo que nos pasa, con lo que se hizo, con lo que estamos haciendo.

Es que el hombre argentino quedó aturdido, estresado ante tantas cosas que le pasan. No sabe bien qué es lo que se viene y por dónde o si tiene que defenderse de ello o no.

Parece que una forma de salir de este estrés es ir por el lado de la banalización de las cosas, por la farandulización de la vida. Así nos aturdimos con la timba extendida a todos los ámbitos de la vida, al sensacionalismo en las noticias, a la avalancha deportiva, de espectáculos, de chismes.

No se pretende caer en puritanismo, pero cabe destacar la ligereza con que gran parte de los medios tratan sus programaciones, cayendo fácilmente en lo chabacano, de ahí a lo grosero y luego a lo soez o procaz.

Se satura con truculencia, se busca sólo el escapismo, porque hay otros que se preocupan por llevarnos a dónde debemos ir y a ellos hay que seguirlos porque seguramente no defraudarán. La historia registra otros momentos sociales graves con reacción escapista, liviana de parte de la sociedad. Eso pasó en la Alemania previa a Hitler. Y ya sabemos lo ocurrido.

Y en nuestra Argentina de hoy, hay en demasía «buenas ondas», noticias, deportes y espectáculos tratados con sensacionalismo, con un lenguaje tan pobre como grosero. Como si éstos fueran valores necesarios de instaurar y promover en la sociedad, en los jóvenes. El rating, el marketing, el mercado, la demanda de éxito rápido y fácil, las ventas y las ganancias prodigiosas son algunos de los pilares en los que se asienta este todo vale para la sociedad. Si vendo, si me ven, si me escuchan, si me imitan es bueno lo que hago, sin interesar el contenido. Tal parece ser la guía de muchos hoy.

Esta política viene desde los centros del poder. Desde las grandes ciudades hacia el interior. Barriendo en su camino la calma respetuosa con que usualmente el hombre argentino supo enfrentar su vida y construir su sociedad.

Y así equivocamos globalización(*) con despersonalización, cambiar con copiar obedientemente, dinámica con vértigo, alegría con banalidad, valores con mojigatería, actualidad con grosería.

Pero no todo es así. Está presente un horizonte de búsqueda de otros caminos. Aparece el reclamo del pensamiento, de la solidaridad, del amor al prójimo, del bien común, de una dimensión más humana de la sociedad y de sus estructuras, de una velocidad vital más acorde a nuestra condición humana. Ni los centros del poder, ni las usinas en que se gestan las líneas directrices de los medios, ni los gobernantes de poca monta intelectual, ni su séquito farandulero y obsecuente ven con buenos ojos esta línea y habrán de insistir en romperla o limitarla.

Por lo que habrá mucho por hacer en el futuro a partir de hoy mismo. Tengamos presente que en algún momento nos juzgarán por la coherencia entre nuestro sistema de valores y su práctica cotidiana. Y por la capacidad de transformar la sociedad a partir de ellos. Nuestra Patria Argentina viene golpeada por un genocidio, por una guerra mal pensada y peor ejecutada que significó una seria derrota en nuestra soberanía, por la inflación, por indultos fáciles a delitos muy graves, por el desempleo, por el cambio del modelo económico, por la violencia cotidiana, por la corruptela.

Ante este panorama, queda la reacción guiada desde arriba y afuera, que origina esta crítica y que no parece buena para resolver el momento, ni para construir un buen futuro.

Hay que volver a ser nosotros mismos, como personas y como país. Insertados en el contexto actual, pero siendo nosotros. Pensando y haciendo desde nuestros valores, con nuestros objetivos. Pensando en la persona humana y no en el poder como meta.

Definiendo qué es lo que necesitamos y pidiendo a la clase política que lo vuelva posible.

Nos merecemos otra sociedad. Pero no nos quedemos a esperarla sentados tomando mate.

El futuro que queremos, no lo traen ni Superman, ni Batman. Lo hacemos entre todos y desde ayer. 

(*) Este trillado concepto de globalización, está mereciendo un análisis en el futuro; porque tal como viene no convence.

Publicada en EL DECAMERÓN – Año 2 – Número 39 – 30 de Julio de 1997

NO. la política ASÍ, no

En la forma democrática y representativa de gobierno, «el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por la Constitución.» El principio requiere un fuerte y creciente espíritu participativo en todos los ámbitos sociales.

La persona humana, libre y responsable de sí, tiene el derecho y el deber de intervenir en la vida política, económica, social, cultural, educativa, etc.

La participación es una exigencia ética, pues cada uno, dueño de su destino, es sujeto activo y creador del orden político que le toca vivir. También, porque el bien común, que justifica toda la actividad humana y en particular la política, no puede darse sin una actitud participativa responsable, organizada en un marco jurídico sólido y eficiente. Y para cerrar el círculo, concretado éticamente.

Los partidos políticos son el medio para concretar la actividad política del pueblo, en tanto deben organizar y expresar las distintas ideologías de una comunidad pluralista. Los partidos resultan el cauce para que las personas con vocación de servicio puedan concretarla y para que elijan los demás dónde expresarse. Así, unos y otros son protagonistas, de acuerdo a capacidades e inclinaciones, en la construcción de su propio destino como pueblo. Los partidos deben convertirse en el ámbito de discusión y esclarecimiento de las causas y alternativas de la problemática nacional e internacional; deben ser ejemplo de democracia, con práctica en la vida interna en la confrontación de ideas, en la renovación dirigencial, en estudios y trabajos que den firme sustento a su acción política. Aprendiendo en lo interno, el respeto que deben garantizar luego a la sociedad.

Ello exige que la política se sustente en firmes principios ideológicos. Y que exista coherencia entre la idea y la práctica. El mundo real no se construye por casualidad ni por impulsos; sino como producto de acciones coherentes con principios que rigen el accionar de los hombres. La firmeza en la ideología propia y el respeto por las ajenas, deben dar sustento al accionar en el mundo de una política que busque la dignidad de la persona humana y el logro del bien común.

A grandes rasgos, lo señalado es lo ideal, y como tal, una meta a la que nunca se llega, pero que debe buscarse sin claudicaciones para todos y para siempre.

La gran dificultad para alcanzar niveles ideales de actividad política es la curiosa enfermedad de poder desarrollada en la sociedad. El poder a ejercer en cualquier ámbito, que se autoalimenta hasta querer volverse vitalicio, que hace olvidar la vocación de servicio y caer en el individualismo y la ambición personal, en la fiebre por tener más, en la necesidad permanente de ejercerlo sobre los otros y que éstos tengan conciencia de ello.

Esta realidad política se ha dado, con matices, tanto en el liberalismo, como en el comunismo. Es de la locura de la acumulación del poder, que nace la enorme y dañina sonsera de la muerte de las ideologías. El rechazo a las ideologías es, precisamente, otra ideología. La del poder por el poder mismo.

La política dejó de lado la vocación de servicio para caer en la acumulación de poder para satisfacer ambiciones de algunos individuos y su entorno. Se construye un círculo dominante, con reglas propias y especiales. Bajo la invocación democrática, todo se justifica. No se lo puede criticar, porque atenta contra la democracia. En el círculo se dejan de lado las diferencias cuando de defender posiciones se trata, hasta conformar una casta dirigencial que suele ser correcta en sus análisis durante la época electoral, para luego aislarse de la sociedad, olvidarse de sus ideas, hacer su conveniencia y defenderse corporativamente de las leyes que sancionan para todos.

La actividad política es vocación de servicio, herramienta para concretar los sueños que todas las generaciones hemos tenido de un mundo mejor. No una profesión o una actividad económica en sí misma, de la que se viva permanentemente.

Hay que cambiar.

Soñemos con la política ética que la sociedad pide y necesita. Y veamos de llevarla a la práctica, sin dejar el campo libre a los que por ignorancia o por corruptela han construido este sistema.

Tenemos varios años en democracia y es un notable avance sobre la dictadura que padecimos. Pero no nos durmamos en los laureles al permitir que unos pocos destruyan en su beneficio el concepto participativo de la política.

Estamos acostumbrados a escuchar que son éstas ideas imposibles de concretar. Pero esto viene de la misma política que suele justificar sus renuncios diciendo que política es el arte de lo posible. Y como no se puede evitarlo, dale con el enriquecimiento, con el poder absoluto, con la poca y mala educación, con la globalización dirigida desde las grandes potencias y que causan pobreza, falta de trabajo y descapitalización del país. Aquella es una definición del conformismo, de dejar que las cosas sigan como están.

Si pensamos en la política como el arte de hacer que lo necesario sea posible; es otro el enfoque de la actividad y otro el papel de todos y cada uno de nosotros. En una concepción así, no sólo que valen las ideologías, sino que son imprescindibles, porque dicen que es lo necesario y dirigen al poder.

Se impone cambiar el modelo de práctica política, desde nuestra actividad, desde nuestros reclamos, no esperando que otros en otro lugar y otro momento lo hagan. Al ideal hay que construirlo, no renunciarlo, no resignarse a dejar que nos cambien los sueños.

La política es para que todos participen, se expresen y trabajen. Para no dejarla en manos de unos pocos pícaros, que a la larga terminan deteriorando las mismas instituciones políticas de la democracia.

La política es para hacer posible lo que la sociedad necesita, para concretar la dignidad de la persona y el bien común.

Hay que empezar a cambiar esta politiquería de mala calidad que nos han impuesto. Desde ya, todos los días, a cada momento.

Publicada en EL DECAMERÓN – Año 2 – Número 38 – 5 de Julio de 1997

no. la democracia así, no

Está dicho. La democracia es el mejor sistema que la sociedad humana encontró para gobernarse. Ello significa que:

  • La democracia, creada y ejercida por los hombres, está condicionada por todas las características humanas.
  • La democracia es una obra inacabada, aún perfectible.
  • La democracia puede y debe ser mejorada a partir de la capacidad creadora, de la crítica y la autocrítica libremente ejercida.

En consecuencia, no es posible dormirse en los laureles y decir, o dejar que otros digan, que con gobernantes elegidos y renovados periódicamente ya estamos en la cima del mejor sistema de gobierno. Y que por lo tanto, todo está permitido. Así se lo está llevando por carriles equivocados.

Para volver al buen camino debe recordarse la clásica, antigua y sencilla definición clave: Democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Ninguna otra definición supera a esa en precisión y alcances. Pero pasan cosas que no se adecuan a estos principios y que provocan serios daños al sistema. Por ejemplo, no está bien que gobernantes y legisladores se conviertan en representantes de sus partidos y no del pueblo que los elige; que se haya construido una casta política que rota en los cargos, con escaso nivel de renovación dirigencial; que esa casta se proteja a sí misma, aunque se trate de opositores, mediante leyes que la favorecen, callando o mirando para otro lado cuando hay denuncias claras contra sus miembros.

No está bien que se haga abuso del principio de los fueros para eludir responsabilidades sobre sus actos; que los políticos conviertan a las provincias, al país, en campo de batalla de sus intereses y se construyan a nivel municipal, provincial y nacional concentraciones de poder cada vez más cerradas y omnipotentes.

Tampoco está bien que tanto inútil o sinvergüenza ocupe cargos por su simple capacidad junta-votos, cuando con su accionar destruye aquello que debe mejorar; que las instituciones de la democracia eludan la discusión y voten cuestiones importantes con el simple criterio de la obediencia ciega al dueño del partido; que se practiquen variadas formas de fraude electoral en la vida gremial y política, a vistas y sabiendas de todos; que se modifiquen constituciones y leyes con una liviandad total en busca de favorecer intereses sectoriales; que desde los cargos políticos se acumulen riquezas difíciles de justificar. Y que se haga uso ostentoso y doloroso de esas riquezas.

No está bien que a diario se apliquen interpretaciones antojadizas de leyes para alcanzar objetivos sectoriales o eludir responsabilidades, ni que las mayorías legislativas apliquen recursos sucios, aunque legalizados por ellas mismas, para imponer sus opiniones. Y hagan alarde de ello. No está bien que las minorías no reconozcan los méritos de las mayorías y se opongan a todo para no dar mérito al opositor; tampoco que desde la casta política se manipule la opinión pública, asustandola, engañandola, equivocándola según les convenga hoy. Y mañana cambiar todo el mensaje para adecuarlo a otras necesidades.

No está bien que se busque y se logre en muchos casos, ejercer un control indebido sobre las instituciones democráticas que deben ser independientes; que el pueblo, orígen y destino de la democracia, vea reducida su participación a la mera emisión del voto y que sus otras manifestaciones sean reprimidas o despreciadas. Que los gobernantes y legisladores vayan adquiriendo rasgos de las viejas monarquías o de recientes dictaduras; que dejen de funcionar o que lo hagan en forma deficiente, los controles sobre los poderes, las instituciones o las personas.

No está bien… tantas cosas que pasan o se hacen en esta democracia no están bien. Por eso muchos descreen de ella y de su capacidad de mejor servir a todos. Y se va abandonando el trabajo conjunto de perfeccionarla, de ponerla cada día más al servicio de la comunidad a través de la participación apasionada y creadora de que todos somos capaces.

Hoy, la democracia parece una ciudad sitiada: quien la gane u ocupe un lugar en ella, hace lo que quiere y le conviene. Con lo cual se recupera y se acrecienta todo lo que se puso para llegar. Y desde donde se justifica y bendice todo lo que se hizo.

No es ésto lo que se enseña desde siempre a los jóvenes. No es ésto lo que se espera del sistema democrático.

La democracia es otra cosa, mucho más noble, justa, sincera, más ideal. O he vivido engañado toda mi vida.

Así la democracia no va. Hay que cambiar. Los cambios son posibles, Difíciles y lentos, pero posibles.

Una cosa es clara: los cambios que sean necesarios serán definidos, encaminados y concretados desde la misma democracia. Con participación masiva, sin iluminados ni salvadores.

Quizás ocurra que sectores políticos en lugar de buscar acumular poder y riquezas, se decidan a poner su fuerza en construir un férreo sistema democrático a partir del respeto de las instituciones. Quizás ocurra que los medios de comunicación social, abandonen la búsqueda de rating con cualquier arma, dejen la chabacanería y la superficialidad, para dedicarse de lleno a movilizar responsablemente el sistema democrático.

Ojalá pase algo.

Mejor aún, ojalá todos encontremos la forma de hacer algo. Y que lo hagamos. Desde nuestra conciencia y a través de las mismas armas que la democracia nos da.

Publicada en EL DECAMERÓN – Año 2 – Número 36 – 26 de Mayo de 1997

MALVINAS hoy o la pérdida de la conciencia nacional

El pasado 2 de abril se recordó, sin demasiado calor popular, el inicio de la Guerra de las Malvinas en el año 1982. Quizás podría decirse también, el inicio de políticas que pueden llevar a la pérdida definitiva de las islas para los argentinos.

Aquel año, la dictadura militar, ya sin saber qué hacer para mantenerse en el poder, tras ser desenmascarada en todas las latitudes de sus crímenes, tras fracasar en su política económica y deteriorado las instituciones militares; buscó «algo» que pusiera al pueblo de su lado. Aunque fuera un poquito, un ratito.

Y ese «algo», fueron las Malvinas.

Sabiendo la tremenda capacidad convocante y unificadora de la soberanía de nuestras islas en todas las generaciones argentinas, la camarilla militar tejió una maraña de actos y de palabras para concretar un desembarco que pretendidamente habría de devolver a nuestras hermanas perdidas al seno de la Patria.

Así como el Proceso Militar demostró su cruel insensibilidad para con la dignidad humana y su inutilidad para gobernar; en el tema Malvinas demostró no servir en lo específico suyo, en lo militar. Porque no supo cumplir con las etapas que la estrategia y la táctica señalan para operaciones de este tipo. Porque no supo entender que esa metodología no era la adecuada para el momento. Errores que no pueden salvarse a fuerza del coraje de muchos oficiales y de los soldados.

Así, los que allá pusieron coraje y vida al servicio de una noble, justa y vieja causa nacional, vieron casi impotentes el sueño argentino manoseado vilmente.

En ese lamentable manejo de la gesta nacional quedaron muchas vidas, muchos veteranos con heridas en el cuerpo y en el alma. Quedó un sabor amargo por el engaño que sufrimos, por la inutilidad de quienes se decían conductores. Quedó también la vergüenza del olvido hacia los que pelearon valiente y generosamente sin mayores análisis y que regresaron al país por la puerta de servicio.

Recordamos Malvinas y su guerra haciendo honor a la valentía de los que supieron pelear por alcanzar un viejo anhelo argentino.

También recordamos Malvinas teniendo en claro que no es de ese modo y con una conducción dictatorial como alcanzaremos el objetivo. Sabiendo que aquella guerra significó un paso atrás en nuestra permanente lucha por la definitiva recuperación de las islas.

A partir de la democracia y con la permanente conciencia nacional desarrollada en todas y cada una de nuestras acciones, podremos recuperar el terreno perdido. Con conciencia expresada en un accionar firme, claro y permanente. No con promesas huecas ni voluntarismo político sin apoyo en la realidad o con vanas promesas electorales. Y esto se refiere a lo que suele repetir cada tanto el presidente Menem.

Resulta muy difícil creer que con la política menemista ejecutada por Di Tella, de relaciones carnales con los EEUU, de paraguas en la soberanía, de romance con los isleños, de explotación económica conjunta que no controlamos, de dejar que los ingleses pongan la zona de exclusión que se les ocurra; se pueda lograr algo bueno. Esta política resulta tan inoperante como ridícula.

Y toda esta inutilidad menemista que sigue a la inutilidad militar está logrando que muchos se vayan olvidando de Malvinas. A la par que vamos perdiendo identidad nacional, olvidando nuestra historia, nuestras luchas pendientes, de nuestra cultura, de nuestro idioma. Así, sin conciencia de Nación, seremos bocado cada vez más fácil para los imperios multinacionales.

Así estamos en la desmalvinización que olvida las causas y sólo participa de algunos festejos. El pensamiento y el sentimiento patriótico, los mismos que en más de una oportunidad nos hacen emocionar ante los grandes acontecimientos nacionales (y no futboleros precisamente) se van diluyendo.

Porque este Primer Mundo al que se dice que entramos nos hace pensar más en el trabajo que falta, en la poca y mala educación, en el deterioro de la salud, en la poca esperanza de crecer y de ser más en el futuro; dejando de lado los temas de fondo, con los que realmente se construye un país.

Este primer mundo menemista quiere tenernos de pata al suelo y para ello nos desmalviniza.

Qué triste destino el de nuestra Patria, con una herida tan honda como es las Malvinas; con un pueblo que tanto coraje derrama cuando lo llaman a luchar por ellas; pero que tenga conducciones dictatoriales crueles e inútiles o gobiernos democráticos con políticos faranduleros pendientes del aplauso ajeno y que para lograrlo no vacilan en entregar lo que le pidan.

Habrá que empezar todo de nuevo. ¿Qué tal con un gobierno que piense y actúe desde y hacia lo nacional?.

Publicada en EL DECAMERÓN – Año 2 – Número 34 – 17 de Abril de 1997

alberto se sinceró

Alberto Rodríguez Saá no cree en Dios; La Biblia, para él, es ciencia ficción. Lo dijo con la soberbia que lo caracteriza, lo que tornó más ofensivos esos conceptos. Entre todas las reacciones que hubieron, faltó decir algo. Lo referido a la relación Dios-hombre-sociedad.

La mayoría de los argentinos creemos en Dios (cualquiera sea la religión profesada). Tal creencia nos da pautas a las que ajustarnos en la vida. La Argentina es mayoritariamente cristiana-católica, por lo que debiera organizarse sobre la base de la dignidad de la persona humana, del bien común, de la justicia social, de la solidaridad para construir una civilización del amor. Esa es la Doctrina Social de la Iglesia.

Poco recorreremos para darnos cuenta de la incoherencia entre lo que se dice y se hace. Una cosa es creer en Dios dentro del templo y otra muy distinta trasladar esa fe al terreno de la construcción de la sociedad. Y a más de distinto, más difícil y lento.

Es más frecuente, y también parece más tentador y alcanzable, desenvolverse en la sociedad y en especial en la política sobre la base de la acumulación de riqueza y poder. No se trata de buscar una teocracia, ni de caer en fundamentalismoa tan fanáticos como trágicos. Sólo debe buscarse coherencia entre la fe y los valores sobre los que se construye una sociedad. Y puestos en esa tarea, seguramente habrán de aparecer los puntos de contacto entre las distintas creencias religiosas.

La sociedad injusta y desigual que tenemos surge de la incapacidad por ser coherentes entre fe y política. Si construimos una sociedad sin valores trascendentes no existe ningún principio seguro que garantice relaciones justas entre los hombres: los intereses de clase, de grupo social terminan contraponiendo a los hombres entre sí. Es decir, el hombre puede organizar la Tierra sin Dios, pero como el humanismo exclusivo es finalmente inhumano, terminará siendo una organización contra el mismo hombre. Si no se reconoce una organización trascendente, cada uno (o cada grupo) tiende a utilizar hasta el extremo los medios de que dispone para imponer su propio interés o la propia opinión, sin respetar totalmente los derechos de los demás. Por esto fracasó el comunismo, y por lo mismo el capitalismo está mostrando toda la crueldad que le es propia, lo que hará hasta que también fracase.

La solución superadora de esta realidad, comienza por encontrar cómo desarrollar una política coherente con los principios que rigen nuestra relación con el Dios que adoramos.

La admisión de su ateísmo por Alberto Rodríguez Saá (creador y sustentador económico y político del PUL) ayuda a comprender el proyecto provincial implantado desde 1983. La corruptela que palpamos, el enriquecimiento de la familia gobernante y de sus laderos, la destrucción de las instituciones democráticas, subordinando la justicia y las leyes a las órdenes de los hermanos, la presión sobre opositores, el encubrimiento, la acumulación de poder, sólo puede surgir de mentes que no reconocen ningún valor moral por encima de ellos mismos. Aunque en más de una oportunidad hayan estado (y lo sigan en el futuro) apoyados y bendecidos por una jerarquía eclesiástica también amiga del poder (antes de la dictadura militar, hoy del adolfo-albertismo) y tan poco cercana a los pobres.

Sabiendo que Alberto es el ideólogo del proyecto provincial, entendemos todo. Alberto no cree en Dios y en base a eso está construyendo una sociedad atada únicamente al destino de un par de soberbios que se creen únicos e infalibles.

Así como Alberto, muchos más debieran imitarlo, para que la sociedad sepa bien cuáles son las bases sobre las que se asientan los proyectos políticos vigentes.

Publicada en EL DECAMERÓN – Año 3 – Número 47 – 14 de Abril de 1997